Tenemos que hacernos el firme propósito de cada día estar más atentos, y así nuestra vida tendrá un mayor peso específico, sentido y plenitud. Por un lado tenemos que entrenar la atención a través de la práctica de la meditación, pero, por otro, hay que llevar la atención a la vida diaria, impregnando nuestras palabras y actos de atención consciente. La atención se vuelve así una gran aliada en nuestra vida cotidiana. En el karma-yoga o yoga de la acción consciente y menso egoísta, es muy necesaria la atención, para encofrarse uno en la que se está haciendo y no dejarse tanto capturar por los frutos o resultados de la acción. En el gana-yoga o yoga del discernimiento, la atención es imprescindible para saber ver, dilucidar y distinguir entre lo esencial y lo trivial, lo real y lo aparente. En el mantra-yoga la atención se desarrolla a través de la recitación de un mantra y en el radja-yoga mediante ejercicios para estabilizar la mente. No hay yoga sin atención y la mejor manera de entrenar la atención es a través de las milenarias técnicas del yoga. Jamás hay que infravalorar la atención, pero debe asociarse estrechamente a la virtud y la sabiduría o entendimiento correcto.
A diferencia de lo que vengo en denominar «yoguismo» (postureo, contorsionismo, apego al cuerpo. envanecimiento y afirmación del ego), el verdadero yoga no es solo una disciplina del bienestar psicosomático, sino un método de autodesarrollo y autoconocimiento que exige la atención libre de juicios y prejuicios y que nos permite armonizar el cuerpo y la mente y obtener un dintel más elevado y claro de consciencia. Ese gran yogui de yoguis que era Buda declaraba:
«Atento entre los inatentos, plenamente despierto entre los dormidos, el sabio avanza como un corcel de carreras se adelanta sobre un jamelgo decrépito».